El tiempo, ese fiel intangible que nos acompaña a lo largo de nuestra vida es al mismo tiempo, nuestro peor enemigo. Y es que el tiempo, tan pausado como de vértigo, tan débil como hercúleo, decide cruzar nuestro camino con la persona indicada en el momento erróneo.

Y lo cierto es que no pretendo relatar ninguna nueva historia de amor, ya que todos hemos caminado por momentos en los que el amor parece haber salido de una película de los años 90. Puede ser que aparezca el amor de nuestros sueños cuando le quedan cinco días para evadirse durante seis meses en un rincón remoto del planeta. O puede ser que, como un ave fénix, aparezca la persona que ya había sido idealizada, ese ser con el que nos imaginamos el resto de los días, porque es alguien que brinda tal paz, con la que es fácil estar. Sin embargo, decidimos que somos demasiado jóvenes y que “aún hay que vivir la vida”.

O incluso puede ser que nos embarquemos en una amistad con una persona con la que existe una irremediable conexión. Pero, sin embargo, eso es todo, una próxima —no tan próxima— amistad, porque detrás de todo ajeno sentimiento, esa persona vive una historia de amor lejos de ti.

Y si siempre nos dicen que esperemos por un amor incondicional, ¿por qué caemos en el error condicional? “¿Y si…?” “Si no le hubiese conocido cinco días antes de irme…”; el famoso “Todavía es muy pronto para enamorarme” o “ya es demasiado tarde porque está con alguien más”.

Así que reitero mi idea de que el tiempo nunca cruza dos caminos en el momento indicado. Porque está en tu poder conseguir gobernar al tiempo —o por el contrario, dejar que el tiempo te gobierne a ti. Porque si es el amor indicado no se cruzará un instante, sino que las personas que “deben” estar se vuelven eternas.

Porque no significa que tengamos que prensar el tiempo ni que tengamos que quedarnos un lustro sin compañía en busca de una esperanza que puede que esté perdida. Sin embargo, sí podemos cambiar una mentalidad basada en el “¿y sí?” por un pensamiento optimista y decidir nosotros nuestro propio destino. 

Porque una buena historia de amor emociona pero cuando hay un buen argumento de “preamor”, urbanita, eso es otro rollo.

Porque está en tu poder conseguir gobernar al tiempo —o por el contrario, dejar que el tiempo te gobierne a ti. Porque si es el amor indicado no se cruzará un instante, sino que las personas que “deben” estar se vuelven eternas.

Quizás es una forma macabra —pero sabia—que el tiempo tiene para mostrarnos por quién merece la pena apostar hasta la última moneda de tu futuro.

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